Patrimonio tangible e intangible dos ópticas, un mismo reto.

Patrimonio tangible e intangible dos ópticas, un mismo reto.
Eusebio Leal. Historiador de la Habana. 8vo. Coloquio Mundial de la OCPM, Cusco, Perú, 2005.

El patrimonio inmaterial o intangible habita el universo de las personas, el universo de sus memorias individuales y colectivas. Las personas a su vez habitan el mundo que han ido construyendo y ordenando según la experiencia que han recibido y la que son capaces de crear, y lo pueblan de tradiciones; es decir, los seres humanos van creando su propio mundo, a imagen y semejanza de sus propios deseos, recuerdos y costumbres, en una sabia adaptación al medio natural.
En tal sentido, y dado el complejo proceso de producción del patrimonio cultural, se puede afirmar que lo intangible es tan inseparable de lo monumental y de lo real como el alma del cuerpo; la llamemos como la llamemos: intangibilidad, espiritualidad, inmaterialidad, resulta una categoría indisolublemente ligada a la espacialidad, a las expresiones palpables de la realidad y al propio ambiente natural o urbano.
De esa misma manera, las estructuras físicas y expresiones materiales pierden su sentido de autenticidad si se les vacía de contenido; patrimonio tangible e intangible conforman entonces un binomio indeleble, que caracteriza los rasgos peculiares de la diversidad cultural.
Resulta necesario comprender que el concepto de patrimonio cultural es atemporal y va más allá de los valores construidos y erigidos en otras épocas. Hay una zona tangible que es la evidencia más clara y el rostro más palpable de la identidad patria, con sus expresiones físicas, pero también se presenta ante nosotros ese otro espacio mas sutil, el humano e intangible, conformado por las tradiciones, costumbres, modos de hacer y actuar, por el ejercicio del pensamiento y las más diversas prácticas culturales. Es por ello que, sin el hombre como protagonista, toda preocupación de carácter científico, profesional o cultural, carecería de sentido.
Hace unas décadas, el interés general en el ámbito del patrimonio, recaía de manera fundamental, sobre los edificios emblemáticos, hitos a los que se asociaban grandes valores simbólicos. Mas adelante, se comprendió el valor del conjunto urbano, e interesaron también los exponentes mas modestos que conformaban el ambiente urbano, pero más recientemente y en una visión evidentemente mas cabal e integradora, se ha incluido la compleja temática de la sociedad que habita y puebla de sus propios valores aquellos espacios antes sacralizados y comprendidos como monumentales. Y solo en esta nueva dimensión, donde se trata de rehabilitar el continente y lo contenido es que se puede hablar de una recuperación responsable del patrimonio cultural en su integridad, es decir, tanto en su dimensión físico-espacial como en su dimensión humana.
Cualquier acción recuperadora deberá tener como protagonista principal al ser humano, entendido este como el productor, transmisor y portador de patrones culturales identitarios. En la medida en se garantice el desarrollo humano de una localidad o de una nación, se estará asegurando la perdurabilidad de su patrimonio en el concepto mas abarcador.
En Cuba tenemos una cultura extrovertida, como buenos insulares, donde la calle y el espacio público y de reunión social adquieren un papel fundamental en el desarrollo de una identidad colectiva; también tenemos una cultura del zaguán, una cultura del patio, y del pequeño jardín interior, que llaman al susurro, a la tranquilidad de las siestas, en contraste con los rasgos del carácter vital y explosivo que puede explicarse en la intensidad de la luz que el vitral colorido y estridente rompe en mil destellos, en las rejas de complicados arabescos, o en las decoradas fachadas con detalles que vibran en el violento contraste del sol y la sombra.
Pero también es el discurso del diálogo de ventana a ventana, de tan cerca que muchas veces se construían las casas, para garantizar la sombra en las calles...el hablar con las manos, con los ojos, con los gestos, en esa soltura corporal que han ido modelando el clima y la mezcla de los diversos orígenes que han conformado nuestro pueblo.
De esa manera, paisaje urbano y paisaje humano se van entremezclando en ese complejo ser multirracial y pluriétnico en que la historia ha ido conformando a una gran cantidad de pueblos, sea por razones de invasiones, conquistas o migraciones, pasadas o recientes, pacíficas o violentas. Y es así como se explica una de las cuestiones principales de nuestro tiempo, que es el drama de la interculturalidad, entendida como el espacio de la coexistencia armoniosa de las aportaciones que han hecho cada uno de los sujetos de la historia de un pueblo, o como el reducto de la exclusión, la segregación o el racismo.
Por eso entendemos que para plantearse el tema como espacio de coexistencia, hay que partir de comprender que el mestizaje no viene sólo de la sangre, sino que viene más bien de la cultura, porque la sangre llama, pero es la cultura la que determina. En Cuba hay quien no tiene una sola gota de sangre negra y sin embargo en su cultura, en su comportamiento, hay un sentido del ritmo, de la musicalidad, un sentido de las relaciones, que evoca sentimientos de pertenencia muy particulares.
Existe otro elemento fundamental en el discurso de la interculturalidad que va conformando el patrimonio intangible, es decir los rasgos identitarios de una sociedad mestiza y que debe ir mas allá del discurso de la tolerancia, que es limitado; nos referimos al discurso de la aceptación plena del otro, como única garantía para generar espacios de la confluencia y de la convivencia armónica que deben tener su expresión en el tejido de la ciudad.
En la Habana Vieja conviven las 42 sociedades españolas de distinta procedencia, junto a todas las hermandades africanas de raíz yoruba en el entorno del puerto y que forman una cuadrícula sacra a partir de la Plaza Vieja y hacia el sur. Son territorios de Yemayá, de Orula, de Shangó, de Obbatalá pero también en esa zona es el lugar de la Sinagoga y del mundo hebreo, muy cerca del templo protestante más antiguo, perteneciente a la comunidad presbiteriana y bautista, frente al teatro Martí. La rehabilitación del centro histórico ha devuelto un espacio para la iglesia ortodoxa griega y prepara el espacio para la rusa. También está enclavada la sede principal de la propia Iglesia Católica romana, expresada en la propia Catedral y en la residencia del Cardenal en sus inmediaciones. Y esto es así: hemos creado con la restauración un espacio de paz y concordia entre todos los que quieren construir, trabajar, edificar un patrimonio común. Un espacio donde cada cual tenga la libertad de practicar su culto, su credo, sus festividades y celebraciones.
Entonces se trata de luchar por la conservación de las tradiciones populares y en general por todo tipo de tradición; es luchar por una cultura del comportamiento, de la cortesía, es luchar por ciertas manifestaciones propias e irrepetibles, inherentes a un tipo de sociedad y que no pueden ser repetidas miméticamente, y que además evolucionan naturalmente en su transmisión intergeneracional y en su adaptación a la vida contemporánea. Son cosas propias del sitio, de la familia, de la comunidad, que hay que preservar del riesgo ante ciertas formas de homologación. Resulta absolutamente fundamental crear oportunidades precisas para que las personas puedan preservar su identidad. Y para ello se requiere de voluntad política, de autoridad y de prestigio, para sentar una estrategia de transformación, de cambios y sobre todo, de creación.
Los centros históricos de las ciudades constituyen uno de los espacios más atractivos de la urbe. Su propia condición de antigüedad, con su carga histórica y simbólica, el hecho de haber sido la ciudad toda durante siglos y su propio carácter de centralidad, le confieren un rasgo distintivo. Pero también contiene uno de los contrastes mas significativos de la ciudad contemporánea, constituido por los altos valores culturales en convivencia con una alta degradación social, conflicto que pone sobre el tapete uno de los dilemas mas importantes y definitorios que caracterizan la política cultural de una nación, en cuanto a la preservación de los valores patrimoniales, pues supone el planteamiento de una encrucijada: o se opta por una estrategia integradora de los aspectos socioeconómicos o se seguirá un camino segregacionista y elitista.
El énfasis en lo social es absolutamente indispensable, fundamentalmente en los países en vias de desarrollo. En Latinoamérica, asistimos con dolor a la pérdida de grandes valores patrimoniales sustituidos por la feria de modernidad que borra casi de un plumazo la memoria de los pueblos. Y la conservación de los centros históricos es generalmente el fruto de esfuerzos aislados, de personas o municipalidades conscientes, pero casi siempre son sitios a los cuales debió renunciar la población autóctona, en su mayoría pobre, o donde permanece bajo condiciones de precariedad y sobrevivencia.
Es en este panorama donde hace irrupción la llamada industria sin chimeneas: el turismo, que deviene en una necesaria fuente generadora de recursos para los países subdesarrollados, no exenta de riesgos. Para poder resolver este encuentro entre desiguales, resulta imprescindible desarrollar políticas muy específicas que garanticen la integridad y la salvaguarda de los bienes patrimoniales, ya sean naturales o debidos al ingenio humano; ya sean tangibles o intangibles, que son los mas frágiles.
El arribo masivo de turistas a un medio natural o culturalmente diverso y virgen, constituye una amenaza al medio; las especies emigran inevitablemente, las ciudades corren el riesgo de convertirse en "Disney Worlds" especialmente preparadas para el consumo de un turista promedio, ávido de folklore a bajo costo. Se requiere entonces de buscar y encontrar un justo equilibrio que debe empezar por el reconocimiento de los valores propios.
El incremento del turismo forma parte también del fenómeno de la globalización en varias dimensiones. El movimiento de grandes volúmenes de personas por el mundo, complejiza sustancialmente las cuestiones aduanales; el tráfico ilícito de obras patrimoniales y de especies autóctonas, en una nueva modalidad de saqueo, la propagación de enfermedades y plagas, el tráfico de drogas, encuentran en esta facilidad de movimiento un medio propicio para el desarrollo.
El turismo puede insertarse como un motor impulsor del progreso, pero teniendo en cuenta que todo desarrollo al margen de la cultura genera decadencia. El binomio cultura turismo, resultará siempre una buena fórmula en la medida en que se desarrollen estrategias de explotación del recurso cultural en estrecha relación con el desarrollo de la sociedad. En este sentido, se trata de potenciar una industria turística bajo nuevas ópticas, obligándola a actuar sobre programas sociales a manera de evitar la segregación.
El caso del centro histórico de La Habana goza de un privilegio; el Estado cubano, ante una situación de grave crisis económica a principios de la década de los 90, adoptó una sabia postura: apoyó con un fuero legal especial a la Oficina del Historiador de la Ciudad, una institución pionera en los avatares de la protección patrimonial, con casi setenta años de experiencia, responsabilizándola de la rehabilitación integral del centro histórico de forma autofinanciada.
Le reconoció personalidad jurídica, le dio la posibilidad de cobrar impuestos para la rehabilitación y creó una compañía para la explotación del turismo, en lo que se refiere a la red hotelera, extrahotelera y comercial. De esta manera el turismo comienza a financiar una obra de alto contenido sociocultural. Las ganancias obtenidas a partir de la explotación de hostales, cafés, restaurantes y comercios rehabilitados, que pertenecen a la Oficina, ingresan a una caja central, que en planes anuales de inversión las reinvierte en el territorio, lo que ha permitido multiplicar los recursos con gran agilidad.
Estos planes de inversión se basan en las políticas dictadas por el Plan Maestro, principios irrenunciables que basan sus estrategias en el desarrollo humano en su más amplia concepción, y en las demandas de la población residente, a través de la participación del Gobierno Municipal en la preparación de los mismos. Son combinados así, de manera armónica, los servicios destinados a los turistas, con los que requiere la comunidad. Esta fórmula ha generado mas de 11,000 puestos de trabajo, ocupados en gran medida por residentes del centro histórico y una reactivación de la economía local que ha permitido incrementar, en un período de diez años, en mas de cinco veces lo que se había realizado en materia de rehabilitación en los tres lustros precedentes.
Solo bajo un clima de dignidad, confianza y garantías de empleo y educación se puede hablar de la sostenibilidad y transmisión de tradiciones y valores. En el caso de la Habana Vieja se trabaja en la recuperación de viejos oficios de la restauración, con la formación de jóvenes en la Escuela Taller, y luego se les garantiza empleo en las empresas constructoras del centro histórico; también se recuperan tradiciones de producción artesanal, en una modalidad de gremios, hermandades y fraternidades, que incluyen entre sus labores la enseñanza a niños, jóvenes y adultos mayores; se ha aplicado una nueva experiencia docente, nacida del propio proceso de rehabilitación, llamada el aula en el museo, en la que los escolares transitan por aulas creadas al interior de los museos, mientras se rehabilitan sus escuelas, o como un sistema de estímulo: los niños, además de sus clases habituales, reciben enseñanzas de patrimonio cultural; de esta manera ocurre un doble enriquecimiento de la institución cultural y de la población infantil.
El centro histórico es el espacio de nuevas manifestaciones artísticas de teatro y danza callejera, de música clásica, coral y antigua; es sede también de festivales de habaneras, boleros y otros géneros musicales populares. Se puede afirmar que la Habana Vieja se va transformando en el espacio público de las más variadas manifestaciones culturales, y la ciudadanía va incorporándola a su cotidianidad. Se ha desarrollado un proceso de apropiación que tiene uno de sus mayores exponentes en la experiencia de rutas y andares, donde la familia cubana, durante sus vacaciones de verano, hace un reconocimiento profundo de las interioridades del centro histórico, sus valores y su recuperación, en recorridos temáticos guiados por prestigiosos especialistas.
En nuestros países, aquejados por graves crisis económicas, la única vía posible para una rehabilitación conciente del patrimonio cultural será aquella que incorpore plenamente a la ciudadanía en el propio proceso revitalizador. Si el desarrollo del turismo, o de cualquier otro mecanismo reactivador de la economía, no se embrida con claras políticas sociales que incorporen ampliamente a los residentes, que generen empleo y beneficios para los pobladores, y que afiancen las tradiciones y los aspectos identitarios esenciales, los resultados serían dramáticos; ya hay experiencias infortunadas en ese sentido: centros históricos bellamente restaurados que solo tienen una vida diurna y que en las noches devienen sitios solitarios y peligrosos y donde la población ha sido segregada, generándose nuevos conflictos de difícil resolución. La rehabilitación de los centros históricos no debe ser una losa pesada sobre las espaldas de algunos de nuestros estados, enfrascados en resolver otros problemas de mayores urgencias; tampoco privatizarlos o venderlos al mejor postor, como ha ocurrido en otros casos; poner precio a la identidad es un crimen de lesa cultura que condenaremos vehementemente en todas las tribunas, porque creemos que políticas de este tipo acaban con la espiritualidad de los pueblos, el último reducto para la defensa de la dignidad nacional.

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